LOS PLANOS TOPOGRÁFICOS DE TORRALBA DE CALATRAVA REALIZADOS POR EL INSTITUTO GEOGRÁFICO
Los
planos que presentamos constituyen un importantísimo legado cartográfico, prácticamente
desconocido hasta el momento al no haber sido publicados. Se trata de
levantamientos topográficos de una gran precisión, dignos de admiración, dada
la escasez de medios con que fueron realizados y la ingente labor que supone levantar
los planos de todos los municipios de España.
El
conjunto cartográfico referente a Torralba se divide en tres tipos: planos
topográficos-parcelarios a partir de poligonación, a escala 1:2000; hojas del
término, que señalan los mojones y líneas de término, a escala 1:25.000; y un
conjunto de croquis auxiliares para el trazado de los límites de los términos
municipales.
Toda
esta documentación se custodia en el Archivo Topográfico del Instituto Geográfico
Nacional y se encuentra digitalizada, siendo de acceso libre desde su página
web: ign.es.
Para
conocer el contexto en que se gestan estos planos hay que poner en relación el desarrollo de la cartografía con la construcción del
Estado moderno. La reforma fiscal pretendida con el llamado
Catastro de Ensenada a mediados del siglo XVIII llevaba aparejado el proyecto
de realizar un mapa geográfico de España para conocer su riqueza territorial. Esta iniciativa no fructificó, imponiéndose un
modelo de reparto injusto de las cargas tributarias mediante los llamados
amillaramientos. A lo largo del siglo XIX, las clases pudientes
del país, que basaban su riqueza tanto en las propiedades rústicas como urbanas,
van a ejercer una fuerte resistencia a las iniciativas de los sucesivos
gobiernos para la realización de un catastro parcelario que permitiera un
control fiscal efectivo. Ante las dificultades, se optó por relegar para el futuro la realización del catastro
parcelario,
dando prioridad a los trabajos topográficos
que eran la base para la realización futura del mismo.
Por
otro lado, el proyecto topográfico
sufrirá diferentes recortes económicos y de
personal, que lo reducirán al mero deslinde de términos municipales y al levantamiento de los planos
urbanos, como veremos en el caso de Torralba.
El mayor impulso para la realización de estos
trabajos tuvo lugar bajo la dirección del general de
ingenieros Carlos Ibáñez e Ibáñez de Ibero (1825-1891), considerado el padre de la
geodesia moderna en España, y que será
designado director del Instituto Geográfico desde su
creación en 1870 hasta 1889 en que presenta su dimisión. Como tal, Ibáñez de
Ibero, plasmará su firma en los planos de Torralba.
Los trabajos topográficos
comenzaron en Torralba con el levantamiento de los límites del término
municipal (láminas 1 y 2). Éstos, pese a su simplicidad,
aportan una importante información a cerca de topónimos, caminos, así como
edificaciones hoy día desaparecidas. Otro tanto podemos decir de algunos de los
croquis que fueron realizados en los años anteriores y en los sucesivos para
determinar los límites exactos de los términos municipales colindantes. En
ellos aparecen representados con más detalle el molino y el convento de Flor de
Rivera, en 1886 (lámina 3) o la Motilla, en 1924 (lámina 4).
Los
planos del casco urbano (láminas 5, 6, 7 y 8), de 1887, suponen un recurso histórico
de enorme valor para investigar la evolución del urbanismo y los monumentos de
Torralba, ya que permiten conocer las modificaciones en la trama urbana así
como los antiguos nombres de las calles.
Por
las fechas en que fueron realizados, podemos apreciar algunas diferencias con
el urbanismo actual, como una plaza de la Concepción (lámina 5) de menores
dimensiones que la actual, antes de la amortización del patio de la ermita y la
elevación del espacio. Años después del levantamiento del plano, hacia 1899, Inocente
Hervás apunta que aun se pueden contemplar restos del castillo: “era éste un
cuadrilátero de tapiería, ceñido por robustas y sólidas murallas, rodeado de
ancho y profundo foso, (…) en los restos de arcos que se perciben, claramente
se descubre, que no fue mano inexperta la encargada de su ejecución”, por lo
que parte de las tapias que rodeaban al patio de la ermita conservarían aún
restos de la fortaleza que da nombre a Torralba. Estas trazas que apreciamos en
el plano debieron coincidir con las del castillo original, ya que la planta
resultante, coincide con las dimensiones aproximadas que se dan en las Relaciones
Topográficas de Felipe II: “el dicho castillo y fortaleza es cuadrado y tiene
de largo treinta y ocho pasos y de ancho treinta y cuatro pasos”.
El
Paseo (lámina 7), presenta también unas dimensiones menores que el actual y en
la ermita del Cristo se aprecian diferencias en las trazas que, posiblemente,
se deben a un atrio que no ha llegado a nuestros días.
La
plaza de la Villa (lámina 5) llama la atención por varios aspectos, como el
aparecer arbolada o la ubicación del ayuntamiento en un lugar diferente del
actual, en el edificio conocido como los consumos. El cambio a la ubicación
actual se llevó a cabo unos años más tarde como se desprende de una sesión
ordinaria de 1889 en la que se acuerda “construir un edificio de nueva planta
para casas consistoriales en vista de las malas condiciones que tiene el
actual”. El edificio habría quedado anticuado ante las nuevas necesidades,
construyéndose el nuevo ayuntamiento en el emplazamiento que ha ocupado hasta
la actualidad. Donde se encuentra el ayuntamiento actual, aparecen representados
en el plano los soportales, trazados en 1829, sobre los que se situaban los
antiguos corredores.
Ambos
planos, de los soportales con los corredores y los del ayuntamiento de 1891, se
conservan en el Archivo Histórico de Torralba.
Algunos
cambios en el trazado urbano se observan en los planos de 1887, como en la
calle Real, que se estrecha a la altura de la calle Carretas, donde estaba el
pósito nuevo, y que a mediados del siglo XX será demolido en parte para ampliar
y regularizar la calle Real; así como un acusado estrechamiento al inicio del
camino de Bolaños y unas construcciones al final del actual Paseo hacia la
plaza de Don Quijote.
En
los planos se aprecia también un recién estrenado cementerio municipal (lámina
8), en línea con las nuevas políticas sanitarias que en esta época promovían la
construcción de cementerios a las afueras del municipio y que cambiarían la
costumbre de la población de enterrarse en la iglesia parroquial y en las
ermitas. Esta circunstancia sería una de las principales causas del declive de
algunas de estas construcciones, que perderían su función o se arruinarían por
falta de uso. En estos planos se percibe esta transición, con una ermita de
Santa Ana convertida en escuela de niños (lámina 6) y que será demolida tras la
guerra civil del siglo XX y la de San Antón (lámina 5), ya en ruinas.
Otro
tanto ocurre con la creación del matadero público (lámina 5), al final de la
calle Progreso, en las afueras de la población, con fines de higiene y
salubridad, siendo también una práctica bastante habitual en estos momentos.
Los
bienes de carácter etnográfico son lo que más han sufrido el paso del tiempo,
debido fundamentalmente a su escasa entidad constructiva y al desprecio que
estas manifestaciones de la cultura popular han tenido y tienen en nuestra
sociedad. En la parte norte de la población (lámina 5) aparece un elemento
circular que interpretamos como una calera por varios motivos. En primer lugar
las molestias que producen este tipo de industrias hace que se sitúen en las
afueras de la población. Probablemente no sería la única calera que se
encontrara en esta zona, de ahí el topónimo que ha perdurado hasta nuestros
días como calle de la Calera, y que se encuentra en las cercanías. Por otro
lado la propia configuración de las caleras mediante un horno circular y una
rampa de acceso hacia la boca del horno, serían las figuras geométricas que
aparecen dibujadas en el plano. Desde muchos siglos atrás, las caleras tuvieron
gran importancia para la construcción y para la estética de los pueblos blancos
manchegos que en pocos años se ha perdido casi por completo, como muchos otros
rasgos de nuestra identidad.
Otro
aspecto de los planos urbanos, que ofrece gran interés, es el nombre de las
calles. En primer lugar, llama la atención la denominación de la plaza de la
Villa como plaza de la Constitución. Anteriormente se había llamado plaza Pública
o plaza Mayor. En el XVIII pasó a denominarse plaza Real, en el siglo XIX de la
Constitución y ya en el siglo XX, plaza de la República, durante la Segunda República,
y en época de posguerra, del Generalísimo.
La
toponimia de las calles y plazas tiene orígenes muy variados, pero casi siempre
se deben a la lógica e imaginación de sus habitantes. Son habituales las
denominaciones de las calles aludiendo hacia donde se dirigen, como las calles
de Manzanares, de las Cruces, del Calvario (existe ya en 1600, mencionada como
Calle Real del Calvario en un inventario del Hospital de San Pedro), de
Calatrava, de las Eras, del Sol. También a un edificio o elemento destacado
situado en ellas: plaza del Hospital, de Santa Ana, de la
Concepción, calle de San Juan, del Cristo, de San Antón, de San José, de la
Verónica, de la Tercia, esta última por el edificio donde se cobraba este
impuesto
sobre el vino y el pan. Pero también aluden a industrias u oficios
desarrollados en ellas, que suponen una interesantísima fuente de información,
como la calle de la Greda, donde se obtendría la arcilla para fabricar cerámica
e incluso es posible que en ella se situara un alfar; la calle del Confite,
donde habría alguna pastelería; la calle de Vulcano, donde es posible que
existiera una fragua o la calle Gloria, que podría hacer alusión a la “parrilla para calentarse y para cocer las ollas” (según
el DRAE).
Otros nombres se refieren a rasgos geográficos,
como la plaza del Charco o la calle del Navajo (o lavajo), relacionados con las
inundaciones siempre presentes en un territorio tan llano.
La forma y la antigüedad también configuran algunas
denominaciones de calles, como la calle Ancha, Corta, Cerrada o la calle Nueva.
La calle del Rodeo podría tener su origen en su forma acodada o también en el “Sitio donde se reúne el ganado mayor, bien para
sestear o para pasar la noche, o bien para contar las reses o para venderlas” (DRAE).
Otros nombres, muy castizos, hacen referencia a la
dificultad de andar por ellas, como la calle Salsipuedes o la de los Peligros.
Otras calles harían alusión a quienes las habrían
habitado, como la calle de los Buendías o la de los Leones, que se refieren a
los apellidos, o la plazuela del Cura.
También aparecen otros nombres de calles, cuyo origen es incierto, que aluden a fauna o nombres de plantas, como de la Garza, de las Grajas
(que aparece
citada en la documentación ya en el siglo XVI), del
Águila, de la Culebra, del
León, de los Porros y del Guindo.
Otras denominaciones tienen un origen desconocido
para nosotros y desconcertante, como el callejón de los Locos, nombre que
aparece ya en el siglo XIX.
El cambio de los nombres de las calles era algo muy
poco frecuente en épocas pasadas. De hecho, si cotejamos este callejero con la relación de las calles que
realiza el escribano León José Sánchez de León en 1827, prácticamente se
mantienen inalteradas.
Así,
los nombres de las calles, que en gran parte se han ido modificando en la
actualidad, contienen una riqueza cultural que es necesario proteger, quizá con
la colocación de placas que, junto con las actuales, hagan alusión a estas
antiguas denominaciones.
En
definitiva, en estos planos podemos apreciar la paulatina degradación de
nuestro patrimonio desde el último tercio del siglo XIX y que se sigue
produciendo en nuestros días, fruto del desconocimiento, de un rechazo
sistemático a lo popular, que se suele asociar a lo pobre, y a un crecimiento
urbanístico incontrolado debido a una falta de planificación.
Con
el fin de lograr un municipio agradable, que conserve su patrimonio y con el
que se identifiquen sus habitantes, además de que resulte atractivo desde el
punto de vista turístico, es necesaria una política de conservación eficiente, que
tiene que partir de la catalogación de los elementos patrimoniales, ya que solo
podemos conservar aquello que conocemos.








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